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Me había perdido entre aquél último beso y el vacío que quedó tras tu partida. Dicen que solo hay un paso entre querer algo y conseguirlo; este es mi primer paso para encontrarme.

Hoy digo adiós, pero no a ti, digo adiós a la parte que habita en mí desde que llegaste. Hoy me ataré los cordones y saldré a correr, pero esta vez no para huir, sino para alcanzarme. No será fácil, puesto que me llevo a mí mismo un año de ventaja.

Y para terminar, me veo obligado a citar a Pizarnik para resumir en una sola cita lo que llevo sintiendo estos últimos doscientos ochenta y tres días, «Como decir con palabras de este mundo que partió de mí un barco llevándome»

Los perros ladran

Y ahí estabas tú, hablándome sobre el sonido que hacen los perros. «Los perros ladran», decías. Y ahí estaba yo, mirándote sin comprender a dónde querías llegar. Entonces me hablabas sobre las diferentes acepciones que tenía aquella frase y de como algo tan obvio podía ser tan complejo.

«Me gustan tus gafas», pensaba mientras hacías piruetas con aquellas tres palabras que llevabas tatuadas en la piel. Y, mientras divagabas y hablabas de libros que yo no conocía, me entretuve intentando mirar más allá de tus cristales progresivos y de tu excéntrico lenguaje para averiguar que se escondería detrás de aquella fachada.

Pero al final decidiste concluir tu discurso diciendo que, al fin y al cabo, «Los perros ladran» es solo una cita de Cervantes; «Si los perros ladran, es señal de que avanzamos».


XV

No confíes. Ciérrate.
Calla eso que late,
que no estorbe.
No te erices, no te dejes.

No te rindas al deseo,
no te dejes llevar.
Esconde ese vacío
y llénalo de nada.

Anda y no pises,
no dejes huella.
Cambia el camino,
cambia la meta.

Deja al sol ponerse,
que descanse.
Ya volverá a salir;
cuando pueda.

Guarda la sonrisa,
tira la llave
y búscala.
No tengas prisa.

Te olvida

Te escribo desde el exilio de tus brazos para contarte que he conocido a alguien. Llegó de imprevisto y de un abrazo juntó de nuevo todas mis partes rotas.

A veces tiendo a comparar sus besos con los tuyos. No hay palabras con las que pueda explicarte la diferencia, es como comparar el sabor de una fresa con el de la pólvora.

En su mirada no hay café, no me quita el sueño como tú solías hacer. Se contenta con hacerme la vida más fácil, con abrazarme cuando ya estoy dormido.

En su mirada hay cielo, un cielo tan azul, tan claro, tan sereno, que podría volar el resto de mi vida y no cansarme.

Déjame decirte que también me da guerra, pero de otra variedad. Sus balas no me rajan la piel.

No hay reglas cuando quiero besar sus labios. No importa si saben a miel, a lágrimas o al aroma de mi último cigarrillo.

Me ofrece sus hombros cuando los necesito. Y sus manos cuando tengo frío.
Me ofrece. Se ofrece. Y me hace feliz.




Te olvida,
Javier